Los hijos de Bergidum y mis "Querencias..."
Hoy, en estas extrañas circunstancias, en estos tiempos convulsos, tiempos nunca vividos, tiempos que se harán historia, que nunca olvidaré, una nueva carta a ninguna parte de mi compañero y amigo Ruy Vega.
https://www.lanuevacronica.com/los-hijos-de-bergidum
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QUERENCIAS...
Cojo el bolígrafo entre mis dedos, un papel en
blanco esperando sobre la mesa, me inclino y deslizo esa punta azul sobre la
blancura, hasta ahora intacta. Realizo espirales en horizontal, líneas de
espirales azules, azul sobre blanco, bien marcado. Sonrío triunfalmente y llamo
alborozadamente a mí madre, «¡ya sé
escribir, mamá!». Tengo apenas cuatro años y ya sueño con llenar hojas
blancas con tinta azul. No soy muy consciente de lo que me rodea, por el
contrario, creo fervientemente que esa niña que se refleja en el blanco
alicatado de la cocina es otra niña, habitante de un lugar ignoto donde todo es
difuso, todo es un reflejo, todo es parecido pero, nada es igual. La niña del
interior de los azulejos sabe leer, sabe escribir, sabe todo lo que la niña de
fuera (yo) ignora hasta ahora, pero ambas llegarán a fusionarse, llegarán a ser
una en apenas unos años. De momento sueño que leo, sueño que escribo y sueño
que en la carbonera, ese mismo habitáculo oscuro dónde se almacena el negro
carbón que sale de estas tierras, habita una manada de elefantes, dispuesta a
subir en trompa (y nunca mejor dicho), estos más de cinco pisos que nos
separan, entrando a la casa y aplastándonos a todos, aplastándome a mí y a
todos mis sueños. La calle es todo un mundo de posibles, El verano se refleja
en el agua del Sil mientras chapoteo en la Uve, las libélulas verdes y azules
sobrevuelan el Boeza. El invierno se desliza por la pizarra de los tejados, se
acumula bajo un paraguas, ese mismo paraguas que pienso saldrá volando si hace
mucho aire y yo junto a él, aferrada a su empuñadura, tal cual una Mary
Poppins. Ponferrada es un inmenso universo en el que sólo me adentro de la mano
de mi madre, el Bierzo aún no existe. El tiempo es largo, la vida es infinita.
Llenan mis días las historias de Julio Verne, de
Emilio Salgari, de Johanna Spyri y Selecciones del Reader's Digest es la
ventana que se abre y me abre al mundo, que explora ese mundo cuando internet
no existe, cuando Google aún no se ha erigido como el salvador del desconocimiento,
cuando la vida es una búsqueda lenta dentro de una enciclopedia ilustrada, un
viaje interminable a lo largo y ancho del diccionario. Sueño con que soy Dale
Arden y vivo felizmente en Mongo, perennemente atrapada en un cómic junto a mi
amado Flash. También río cada día con las interminables ocurrencias de Ibáñez y
de Escobar. Ponferrada ya no es un universo, es un mundo y dentro de ese mundo
está mi barrio, donde no existe el asfalto y en las tardes de verano la calle
se llena de juegos y de palacios encantados construidos con cajas de cartón, de
nieve que fabricamos rozando porexpan contra el cotegran de cualquier fachada.
A lo lejos una montaña alta y oscura nos contempla, negra como el carbón que la
conforma. El verano es una calle abierta, es los bocadillos de chocolate de la
merienda, la goma, la semana, el avión y las madres haciendo ganchillo en esa
misma calle. La niebla espesa y el frío son el invierno, Me hace gracia saberme
ya «berciana», habitante de una comarca que sigue representando un misterio
para mí, algo de lo que forma parte mi mundo, pero que está lejano, que
meramente es un concepto de bordes indefinidos, de paisajes desconocidos, un
compendio de poblaciones que comienzan a sonarme pero a las que no puedo
atribuir ninguna imagen. El tiempo sigue siendo largo, la vida sigue
pareciéndome inmensa.
No entiendo nada de literatura, no entiendo nada
de música, apenas sé nada de la vida, pero mis días se llenan de poemas leídos,
de poemas escuchados, me enamoro de la poesía y será uno de los grandes amores
de mi vida, uno al que nunca abandonaré, el tipo de amor al que uno siempre
regresa. Descubro generaciones de poetas, me adentro en la del 98 de la mano
Azul de Rubén Darío y vuelo soñando con los mundos
sutiles, ingrávidos y gentiles como pompas de jabón. Me sumerjo hasta
quedarme sin respiración en la del 27 y así leo y releo a Cernuda, a Hernández,
a Lorca, a Aleixandre, a Salinas, a Alberti… Más allá de la poesía, hay un
mundo de narrativa donde Poe y Lovecraft me han dejado atrapada. Escucho sin
descanso a cantautores, lleno las horas libres de letras, las que me asaltan en
los libros, las que me esperan en las canciones de Aute, de Silvio, de Víctor, de
Amancio. Escribo infumables poemas, donde las faltas de ortografía hoy me
harían llorar. Ponferrada es una ciudad viva y palpitante cuyas calles recorro.
La montaña oscura sigue en pie, pero también está la otra, la montaña verde, la
veo cada día, la veo tan cerca y a la vez tan lejos, es El Pajariel. El verano es el tiempo de sumergirme en la
piscina, es la luz que se prolonga en las horas de calor, es las primeras
miradas, las primeras risas. El invierno es el colegio, las notas escritas, las
conversaciones sobre libros, música, los sueños a veces compartidos, ese primer
atisbo de cosquillas en el corazón. El Bierzo es una palabra que trae ecos de
lugares que me gustaría conocer, de caminos que de momento sólo imagino. El
tiempo se empeña en no pasar deprisa, la vida es eso que comienza ya a
deslumbrarme.
Sigo dentro del «terror», tal vez no con la
maestría de los grandes, pero me entrego a las lecturas de Stephen King, Anne
Rice, y disfruto de las maravillas, en este caso grandiosas, de Wilde, de Emily
Brontë, de Daphne du Maurier. Y sigo ligada a mi primer amor, el cual no deja de
seducirme ahora con Nervo, con Benedetti, viviendo sin vivir en mí junto a
Teresa. Escribo por el mero placer de ordenar mis pensamientos, de tratar de
encontrar otra óptica a las cosas que vivo. Así que vivo y escribo lo que vivo
dentro de las hojas de papel cuadriculado de un diario. Los días se llenan de
posibilidades y la vida comienza a abrirse para mostrar todo un universo de
colores no siempre alegres, no siempre tristes, a veces aburridamente
monocromos. Hay días grises, días azules, días rosas, negros o días simplemente
marrones. Comienzo a subirme a esta montaña rusa que ya siempre será mi estado
de ánimo. Empiezo a intuir que el mar está lejos, muy lejos, inalcanzable aún.
Ponferrada es una ciudad llena de los discos que escucho, de los escaparates de
las librerías a los que me asomo, de los portales donde me besan y beso por
primera vez. Es la ciudad de los ojos en los que aún no encuentro mi reflejo.
Siento que me gustaría mostrar la luz que a veces me inunda, pero me empeño en
vestirme de negro. Ponferrada es ese monte que sigo viendo y al que nunca he
subido, esa montaña que sigue haciendo que el polvo sea oscuro. He conocido ya
algo del Bierzo, ahora forman parte ya de mi colección de imágenes Cacabelos,
Peñalba, Villafranca, Riego… poco aún, casi nada. El tiempo es eso que parece
haber llegado por fin, la vida es eso que parece estar llegando, sucediendo en
algunos momentos.
Viajo sin descanso a través de las páginas de
Cristhian Jacq, de Waltari, de Gary Jennings y como buena enamorada regreso una
y otra vez a ese primer amor, ahora de la mano de los poemas de Gala, de
Gamoneda, de Goytisolo. La música sigue poblando de notas todos y cada uno de
mis días. Los días se llenan de sueños aún inalcanzables, de deseos
inconfesables, de hambre de realidades quiméricas mientras me conformo con
simplezas. Sigo llenando folios en blanco con letras azules, cartas que viajan
lejos en las que vierto el hastío de la realidad, en las que me permito divagar
de otra vida diferente que tal vez exista más allá de esos folios, que tal vez
algún día se haga realidad. He aprendido que la niña que vivía en el reflejo de
los azulejos ha dejado de existir allí adentro y se ha mudado a mi interior,
converge aquí dentro conmigo y sigue asomándose a través de mi mirada en una
búsqueda que acaso nunca tenga fin. Ponferrada es el trabajo, es la familia, es
el castillo al que nunca he entrado. La montaña oscura ha desaparecido, ha
servido de relleno en múltiples terrenos, el paisaje ahora es más nítido, el
polvo ha mudado su color y El Pajariel sigue estando ahí, tan lejos y tan cerca
de mí. Los inviernos son oscuros y pasan lentos deslizándose por las húmedas
pizarras de los tejados, acentúan la sensación de que estoy dentro de una cueva
oscura de la que quiero salir. Los veranos son el sol, la ropa ligera y luz que
ilumina. El Bierzo sigue siendo esa comarca de treinta y ocho municipios de los
que yo apenas conozco media docena. El tiempo es eso que se desliza a través de
las manecillas del reloj, es eso que quiero que pase sin tener muy claro aún
para qué. La vida es lo que se me está yendo sin saber en qué, sin saber por
qué.
Leo sobre vidas, vidas corrientes, vidas
normales y al mismo tiempo tan diferentes a la mía, tan corriente, tan normal,
tan vacía hasta ahora. Leo a Roth, a Kundera, a Salinger y descubro con asombro
esas vidas que me gustaría hacer mías, esas vidas que habitan en los libros de
Almudena, de Gala, vidas que me contemplan, que laten y respiran, mujeres
personaje que se llaman Lulú, Malena, Desideria, tan rotundas, tan reales. Creo
que la realidad ha de superar a la ficción, pero de momento sólo es una
creencia que he de confirmar, pero a cuya confirmación quiero entregarme con
empeño y por entero. Comienzo a escribir pequeños relatos a través de los
cuales trato de abrir un pequeño agujero por el que poder respirar, por el que
poder subir a esas montañas que me rodean y contemplar el mundo desde ahí
arriba. Me gustaría envolverme de todo este verde que me cerca, colgar de mis
orejas cerezas a modo de rojos pendientes y hacerme un traje de rojas amapolas
y amarillas mimosas. Pescar esa trucha esquiva de piel brillante e irisada que
se llama felicidad. Busco ese trébol de cuatro hojas que me permita confiar,
creer que todo puede cambiar. Pero… los
hechos a veces se me antojan patrañas y por mirar al cielo caigo en pozos
profundos. Ponferrada es esta ciudad donde leo a Baudelaire, donde
construyo hipotéticas vidas que al día siguiente se derrumban, sigue siendo la
ciudad de los infinitos inviernos, de la niebla que difumina los contornos de
los edificios, de las calles y que empaña la luz de las farolas, pero es la
misma ciudad que combina el verde cercano con el asfalto, la misma a la que
custodian los Aquilianos. El Bierzo son pimientos, peras conferencia, manzanas
reineta. El tiempo es eso que quiero que cambie, que llegue transformado, eso
que deseo ya no vuelva a ser igual. La vida es una promesa, algo que esperando
que llegue se me está yendo.
Ahora, que descubro a autores bercianos y
leoneses, a Pereira, a Llamazares, a la maravillosa Concha Espina, la
literatura ya no es eso que contemplo en la lejanía, eso inalcanzable. He
aprendido que la literatura no solo se lee, que la literatura también se vive,
se siente dentro de uno, se contempla como quien observa un mar atrayente de
aguas azul turquesa, se sueña para construirla y hacerla realidad. Los
escritores de extraños nombres, de lejanos lugares, de esas figuras inciertas
muchas de las cuales he terminado transformando en estatuas sobre pedestales,
caminan ahora a la par con autores que ya no me son desconocidos, Elisa,
Manuel, Ruy, Emilio, Cuenya, Pedro, tienen un nombre cercano y la calidez de la
amistad y el compañerismo en este siempre largo y arduo camino.
Ahora, que a veces soy capaz de transforme en
una buceadora, en un Ama japonesa,
para sumergirme en el mar azul turquesa y sacar a la superficie las más
recónditas y deseadas perlas, las más codiciadas y brillantes palabras.
Ahora, que convivo con el vértigo y la calma,
con el anhelo continuo de amoldar la realidad a mi fantasía.
Ahora que Ponferrada es la ciudad que conozco
como a mí misma, porque he crecido dentro de ella, porque ella a su vez ha
crecido conmigo. Como caja de Pandora, guardo en ella el eco de mis pasos, de
amores pasados, de los posibles e imposibles, de amores presentes, de los
reales y los soñados. El Bierzo es ese territorio conocido y recorrido en toda
su extensión. He caminado por todos sus pueblos, lo he contemplado desde las
alturas, desde el pequeño Pajariel, desde los maravillosos Aquilianos, desde el
imponente Catoute. He descubierto las minas del wolfran, cruzado sus ríos a
través de puentes colgantes, he escuchado a los pájaros en sus verdes y tupidos
bosques y a las fervenzas precipitarse desde imponentes alturas, he entrado en
pallozas y cuevas de dorada arena. Y en las noches de agosto he perseguido en
sus cielos el dibujo de las lágrimas de San Lorenzo.
Ahora, que he terminado amando todos los caminos
que he recorrido, todos los paisajes que he contemplado, todos los cielos que
me han cobijado. Hoy que el tiempo es ese Dios alado y esquivo al que yo
quisiera retener, quitarle sus alas y con ese gesto parar los relojes. Hoy, que
la vida es una manzana que muerdo con gula, dejando que su jugo inunde mi boca
y llegue a resbalar hasta por mi barbilla.
Ahora, que he tenido un hijo, que he plantado un
árbol, que he escrito más de un libro… ¿ahora qué?
Ahora espero, sigo esperando más, siempre más,
aún más.
Solo decir que se me saltaron las lagrimas, no de pena, sino de verme reflejado en esta historia también contada, hace unos treinta y cinco años estuve en Ponferrada, tengo bellos recuerdos. Si, es posible que algún día logremos sino parar el tiempo, si retrasarlo, logrando hacer copias de nosotros con 18 años y trasplantar allí nuestro cerebro con sus recuerdos y experiencia, o como decía el poeta, "Dios mío, me preocupan tus cosas, por no haber dejado muerte para ti, te quedaras un día completamente solo, y para que ser Dios así, yo te propongo inventa una muerte para tu eternidad o des inventa la muerte" Puedes leer mi libro "EL FUTURO DEL HOMBRE", me llamo Santos Villanueva, un saludo desde La Mancha.
ResponderEliminarSoy un desastre, lo confieso, hasta hoy, no había leído este comentario. Gracias por tu opinión, ser capaz de transmitir sensaciones al lector es todo un logro, y cuando escribo, es lo que trato de hacer. Buscaré tu libro... Gracias por leer (me)
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