La Cruz del Sur (2015)




I




  Contemplaba el blanco papel con la parsimonia tantas veces repetida; levemente inclinado, con el bolígrafo suavemente sujeto entre su índice y pulgar, los labios ligeramente contraídos, y sus pensamientos en un vértigo de posibles historias. Todo lo tenía allí dentro, vivía en aquel vasto horizonte; cientos de palabras conocidas que por más que lo intentara se negaban a manifestarse de forma escrita. Se sentía, hoy, como tantas otras veces, con la misma impotencia, era el dueño de un tesoro pero no disponía de la llave  para acceder a él; era verano, y el sudor perlaba su frente, concentrado en el esfuerzo, en los pensamientos, en la certeza evocada en voz alta:  

         —Tengo que leer más, tal vez aún no he leído lo suficiente, sé que me quedan muchas palabras por aprender, quizás el secreto sea ese, conocer todas para poder plasmarlas.

         Ricardo se debatía entre lo que creía cierto, y lo que sabía imposible. Extraña sinrazón esa que nos empuja a perseguir aquello que sabemos de antemano inalcanzable, pero... ¿quién es aquel que renuncia al brillo de las ilusiones, al gusto dulce de las esperanzas?

Era él un hombre corriente, de esos que describiríamos como: ni altos ni bajos, ni gordos ni flacos, ni feos ni guapos. Pasaba por la vida sin hacer demasiado ruido, aislado en gran parte dentro de su particular mundo. De entrada nada parecía hacerle interesante, pero si uno entablaba conversación con él, podía intuir sin mucha dificultad y a poco que se lo propusiera, que bajo aquella capa de normalidad aparente, existía un brillo peculiar, latía un corazón rebosante de atracciones, unas ganas no saciadas de ir más allá, un deseo contenido... muchas veces incontenible.
Trabajaba desde hacía años en el ayuntamiento, una oportuna oposición le había llevado a aquellas lóbregas oficinas donde pasaba sus días sin más anhelo que la espera de la hora de salida. El trabajo se había transformado en una ventana donde él se asomaba cinco días a la semana, allí, dentro de ese encuadre, se encontraban sus compañeros y también, la gente que entraba y salía luchando con y contra los papeles que la administración levantaba a modo de diques de contención, docenas de caras, amables unas veces y otras no tanto, que pasaban por su mostrador a lo largo de las semanas, rostros y rasgos que terminaban por difuminarse, por confundirse unos con otros.
De él poco sabían aquellos que precisamente más horas pasaban a su lado. Si se les preguntaba por Ricardo, un leve levantamiento de hombros venía a preceder su respuesta, era esa indiferencia la que sentían hacía esa persona con la que compartían 8 horas diarias y de la que apenas sabían nada más que de sus silencios, su afición por los diccionarios, la eficacia en su trabajo, y su forma de ser un tanto tímida, o tal vez algo más: huidiza.
Cuantos grandes desconocidos conviven con cada uno de nosotros a diario, cuantos misterios desechados ante su aparente falta de interés, seguramente nos asombraríamos a poco que las cortinas que recubren muchas de las vidas que nos acompañan se levantaran para dejar entrever apenas un ápice.
Ricardo vivía solo, sus padres habían muerto hacía ya varios años en un accidente de tráfico, no tenía hermanos, y el resto de la parentela se hallaba diseminaba a lo largo y ancho del mapa peninsular. Un pequeño, pero soleado ático albergaba sus pertenencias, su cuerpo y sus sueños. Era aquel su pequeño reino, un mundo donde los papeles en blanco arrugados alfombraban normalmente el suelo, donde los restos de comida y los platos sucios presidían la cocina, hasta que de repente, sin planteárselo de antemano, le entraba la necesidad de limpiarlo todo, de recogerlo todo, y partir nuevamente desde esa limpieza hasta un nuevo caos contenido.
Su tesoro más preciado se hallaba resguardado en un armario del salón, allí, dentro de aquellas puerta de madera color cerezo, a salvo del polvo, de la luz, de las miradas indiscretas, se encontraba su colección de diccionarios, gruesos volúmenes ojeados cien y hasta mil veces, cientos de palabras emparejadas y conjugadas hasta el paroxismo. Dentro de aquel armario también dormía su sueño más secreto, su ilusión al resguardo de ojos ajenos, porque él, Ricardo, soñaba con escribir un libro, no un libro cualquiera, sino algo maravilloso donde las palabras fluyeran como notas musicales, donde uno pudiera caminar a través de las metáforas, desplazarse y viajar por y gracias a las palabras.  Dentro de él anidaba ese lenguaje, dentro de él existía ese milagro maravilloso, esa fuente de palabras sin fin que haría las delicias de cualquier ser humano, dentro de él se encontraba ese lago donde todos los ríos de tinta vierten sus aguas, pero... ¿cómo canalizar todo eso al exterior, cómo trasladar al papel esas sensaciones, esos sentimientos de palabras que terminaban por desbordarle, por inundarle hasta la extenuación?
No había sido el amor canalización suficiente, de hecho estaba convencido de que nunca había estado enamorado, es más, a veces incluso llegaba a poner en duda que pudieran existir esos sentimientos de los que muchas veces había oído hablar. Un par de historias corrientes, que no habían logrado llenarle el estomago de cosquillas de mariposas. “Huraño”, curiosamente, así le habían calificado las dos protagonistas de su historia, las mismas que nunca habían llegado a actrices principales.
Había buceado las diversas acepciones, los múltiples significados de las palabras en cuestión, tenía un cuadernillo donde con su letra pequeña y angulosa, había anotado cierta tarde en que la nostalgia vino a sentarse a su lado:
—Enamorado: Que tiene amor.
         —Amor: Sentimiento intenso del ser humano que, partiendo de su propia insuficiencia, necesita y busca el encuentro y unión con otro ser.
         —Insuficiencia: Cortedad o escasez de algo.
Por lo que ateniéndose a la RAE, él, Ricardo, era una persona que no tenía amor, que necesitaba buscar algo y que, para hacerlo más liviano en el decir, era algo “cortito”. No, con él no iban esas acepciones, porque a él lo que le sobraba era amor, amaba todas y cada una de las palabras existentes, sentía en la yema de sus dedos un delicioso temblor cada vez que rozaba el papel buscando significados, eso eran sentimientos, y puede que sí, que realmente buscara un encuentro, de hecho era raro el día que no lo hacía, pero imaginaba esa unión de manera abstracta, nunca con otro ser humano como protagonista, imaginaba, se imaginaba, unido al papel por y gracias a las palabras que llegara a plasmar en él.

https://laorejadelburro.blogspot.com.es/2015/09/sexo-con-o-sin-amor.html
http://www.editorialfanes.com/ganadores-del-premio-fanes-2015-novela-corta/
http://laprensa.peru.com/cultura/noticia-libros-entrevistas-maritza-luza-castillo-raquel- villanueva-cruz-sur-56116 

   
   
   

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