Elisabeth. Febrero 2017




            El día es desapacible, pero no me importa, necesitaba salir de la casa, escapar de esa sensación de opresión que parece haberse adueñado del ambiente; sensación que no me abandona ni tan siquiera en sueños. Desde que he llegado, no dejo de tener extrañas pesadillas, tal vez debiera haber hecho caso al consejo de Krempe y haberme marchado, pero, no podía, no puedo dejarlo todo, y menos ahora. Así que hoy, al terminar de desayunar, he decidido salir a dar un paseo. Justine me ha dicho que no salga, que el tiempo es desapacible y seguramente, terminará lloviendo. Puede que tenga razón, suele tenerla en sus predicciones, al menos en lo que a meteorológicas se refiere. No me ha importado, el tiempo no me asusta, no me amilana, al menos es algo real, algo que puedo comprobar y ver con mis propios ojos. He cogido mi capa de paño, y así, envuelta en ella y con la capucha echada sobre mi cabeza,  he caminado a través del bosque que puebla el flanco trasero de la propiedad. Siento que los bajos de mi vestido se van humedeciendo, aún así me da igual, me siento protegida, abrigada entre las capas de tela, y sobre todo, a salvo de ella, de la sensación que rodea los muros y los interiores de la vivienda. Sí, fuera de la casa me siento a salvo, ¿de qué?, no sabría decirlo, no es nada tangible, es sólo algo que está ahí, manifestándose más en sueños que en realidades.

            He llegado hasta el lago, me gustaría sentarme, pero la vegetación que lo rodea está demasiado mojada para permitírmelo. Por ello, me quedo de pie contemplando desde mi altura, la capa de niebla que su superficie exhala. Semeja una olla gigantesca, donde sus aguas hubieran alcanzado el punto de ebullición, pero, no es precisamente el calor lo que origina esta niebla. Me agacho, recojo una piedra y la tiro. Contemplo las ondas que se forman, pequeñas olas que terminan difuminándose hasta morir. Pienso en el mar y en su sonido. Las aguas del lago son silenciosas, a excepción del croar de las ranas y del salto esporádico de algún que otro pez. Aspiro el aire que me rodea. Aquí también estoy a salvo del aroma particular que anida dentro de la casa, el cual parece irse pronunciando en los últimos días. Es el mismo aroma que me rodea en mis sueños. En ellos, siento que algo me espía, algo o alguien me mira, algo o alguien a quién yo no consigo identificar. Esa cosa, esa persona, está en la casa, y su olor, es el aroma que llena mis sueños. Huele a húmedo, a cerrado, a tierra con gusanos, a descomposición, todo ello mezclado con formol. En mis sueños el olor está tan presente, que cada mañana cuando despierto, me cuesta desprenderme del mismo, y siento que termina por acompañarme a lo largo del día. Pero aquí fuera, es distinto, no existe ningún olor añadido, sólo está presente el que ha de estar. Quizás, el saber que la torreta está llena de matraces con extraños líquidos, haya avivado mi imaginación.

            La actitud de Víctor tampoco me ayuda, pero soy comprensiva, sé que tiene mucho trabajo, y que se debe a él antes que a mí. Le echo de menos, apenas le veo, salvo en las cenas y en las comidas. Le noto cansado, pero al mismo tiempo exaltado y siempre con ganas de volver a su encierro. Tengo celos de la torreta, o más bien, de lo que se oculta dentro de ella, porque sea lo que sea, es lo que hace que se aleje de mí. Víctor apenas me cuenta nada de sus experimentos, argumentado que yo no los entendería. Krempe se limita a contestar con evasivas, y a excepción de su consejo, apenas se ha vuelto a dirigir a mí. Tal vez, le ha sentado mal el hecho de que me haya negado a seguirlo, pero ¿cómo iba marcharme, cómo voy a marcharme? Quiero estar con Víctor, al lado de él, y aunque en estos días, no sea mucho lo que compartimos, estoy más que segura que en cuanto termine con su trabajo, todo volverá a ser como en anteriores ocasiones: daremos paseos juntos, saldremos a cabalgar, compartiremos lecturas y acudiremos a más de un baile.

            Me estremezco, se ha levantado aire, y éste es frío. Escucho a lo lejos, parece un trueno, hoy habrá tormenta. He de volver a la casa, no quiero, que si comienza a llover, me coja en este bosque. Así que deshago el camino andado. Cuando llegue me cambiaré de vestido y me sentaré en el salón, a leer delante de la chimenea. Tengo ganas de ver a Víctor, quizás pueda convencerle para que esta tarde se quede conmigo, leyendo juntos, aunque alegará que hoy será imposible, porque ha de aprovechar la tormenta, aún no he entendido que tienen que ver las tormentas con sus experimentos. En cualquier caso, queda poco, al menos es lo que él me dice, también queda poco para que yo deje de ser Elisabeth, y me convierta en su mujer, en Elisabeth Frankestein. Estoy segura que entonces, podré dejar atrás las pesadillas, los extraños olores, y los celos de la torreta. 

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