Puente aéreo. Relato finalista. Enero 2016
Parpadeo. Contemplo a esta desconocida
en el espejo, preguntándole ¿por qué? Por qué hace, hago cosas, a las que ni yo
misma puedo darles una convincente explicación. Por qué no soy capaz de aplacar
esta necesidad de más, de más que nunca me llega, de más que nunca me es
suficiente, de más que nunca me satisface. Más… No, no la conozco, no me
conozco, no reconozco esa imagen en este espejo de este diminuto baño. Esta
expresión de quien acaba de ser expulsado de un sueño apenas empezado, ese
rostro de labios rosados y algo hinchados, de ojos que me observan con
expectación. Ojos que me contemplan y en los que se leen ganas de vivir, o más
bien, ganas de comerse la vida a grandes bocados. Me atuso el pelo, asiento mis
cejas con un movimiento mecánico de mis dedos, estiro mi ropa y salgo de nuevo
a acomodarme en mi sitio.
Camino apenas unos pasos, y me
incorporo a la fila de mi asiento. Doy las gracias amablemente al hombre que se
aparta para dejarme pasar y sentarme. Ese mismo hombre que apenas hace nada, en
ese mismo baño reducido del que yo vuelvo, estuvo dentro de mí. El mismo, al
que yo, sin ningún atisbo de educación y
con la desesperación de la premura, le acuciaba a que me follara ya, a que me
follara y no parara de hacerlo. Su cara aún refleja ese brillo de lujuria
apenas conseguida por la inmediatez, pero al igual que yo, responde con toda su
educación con un “de nada” a mis gracias. Así, como dos desconocidos, seguimos
sentados uno al lado de otro en este vuelo. Así, como dos desconocidos, que
curiosamente, hace un instante se transformaban en uno solo, compartiendo un
mismo espacio, un mismo hueco, respirando y deseando al unísono.
Un vuelo como otro cualquiera, un
puente aéreo de apenas una hora de duración. La misma fantasía pensada una y
hasta cien veces, llevada a término no tantas. Y otro nuevo desconocido sentado
a mi lado, como en otras tantas ocasiones. Comenzar como siempre, a dejar
resbalar mis zapatos de tacón al suelo, a soltar de forma deliberada, pero que
parezca casual, el primer botón de mi blusa negra de raso. Sentir esa
palpitación en mi bajo vientre, al compás de la cual deseo dejarme llevar en
esos momentos. Un roce casual, sin ninguna casualidad sobre el brazo apoyado a
mi lado. Un perdón acompañado con una mirada directa a los ojos y la certeza de
que sí, de que me va a seguir en este juego de seducción. Es como un sexto
sentido, esa mirada me dice al instante si el hombre al que va dirigida va a
dejarse llevar por mi fantasía, o si excuso de seguir con el juego, porque no
va a secundarlo. Hoy nuevamente, los ojos, sus ojos, me han dicho lo que su
boca ha callado, que va a seguirme hasta el final. Así que cuando me he
levantado, susurrando un “voy al baño, te espero”, sabía que no tendría mucho
que esperar, que recogería la frase lanzada y la haría suya al instante.
Nuevamente esos segundos de tensa espera, donde cada uno que pasa ha ido
incrementado mi excitación, esos nudillos golpeando la puerta, para finalmente
llenar aún más este pequeño espacio en el que apenas cabe un cuerpo y en el que
nos ubicamos dos. Terminar de desabrochar mi blusa, de liberar mis pechos de la
opresión del sostén, darme la vuelta y deslizar mi falda hacia mis caderas, y
ofrecerme así, para que me tome por detrás, para que me posea por entera
durante apenas unos minutos. Y tratar de ahogar los jadeos, él, escondiéndolos
en mi hombro, yo, amortiguándolos en el hueco de mi mano izquierda, mientras la
derecha, bien abierta, tanto como yo, se posa con fuerza sobre la pared para
resistir los embates. Pero todo termina, y vuelvo nuevamente, como tantas otras
veces, a contemplar mi imagen en el espejo y a volver a mi asiento. Vuelvo nuevamente
a sentir este vacío, esta soledad que como un imán, me arrastra hacia los
bordes de un pozo en el que no quiero caer.
Termina el vuelo, un “hasta pronto”
protocolario, y poco más. Termina el vuelo, pero sé que nada ha terminado
dentro de mí, que todo, como siempre, volverá a empezar una vez más. Quizás a
la vuelta, apenas me llevará un día resolver los asuntos a los que vengo. Un
día a la semana, dos viajes, ida y vuelta, y un paréntesis a llenar, una
soledad a la que quiero esquivar, a la que quiero engañar con unos minutos de
nada, con un nada que para mí es mucho, aunque dentro de mí sepa perfectamente,
que nada es ese mucho.
Comentarios
Publicar un comentario