De convergentes y paralelas. Diciembre 2012









            Te llamo, como todos los días. El teléfono móvil en mis manos, y mi dedo, pulsando ya la tecla verde en el indicativo de tu nombre.
            - Te quiero.
            Te digo. Un nuevo te quiero, uno de tantos, uno para este nuevo día que ahora, ya va mediado. Te llamo, aunque el número marcado no sea el tuyo, aunque el indicativo del nombre, no se corresponda con el tuyo. Te digo que te quiero, aunque la voz que me responde al otro lado no sea la tuya. Aún así, tampoco por ello es menos cierto que le llamo a él, y que también le quiero, está claro que más, o en tal caso, de distinta manera.
            A falta de tenerte, he transformado tu recuerdo en este incorpóreo fantasma que va siempre conmigo.
Los recuerdos nos asaltan, nos acechan, detrás de palabras, de canciones. Los tuyos, los nuestros, viven en las caricias que otras manos me proporcionan, en los besos que son prodigados por otra boca, en los sueños que realizo al lado de otra persona.
            Le he dicho te quiero, sabiendo ya que esta noche volveré a compartir mi cama con él. No le he mentido, aunque en sus caricias busque y desee poder volver a encontrar las tuyas.
            Dos líneas convergentes, transformadas en paralelas. Tú eres una línea, yo soy la otra, hasta el infinito, sin cruzarse.
            No se vivir en individual, ni tan siquiera soy capaz de hacerlo en dual. Desde el día en que todo terminó, he transformado mi vida en un interminable menage à trois: tú, él y yo. Podría decir que escondo entre tus recuerdos mi miedo a la soledad, pero esto no sería del todo cierto, porque necesito a mi lado también una presencia real, un cuerpo tangible al que abrazarme, en el que fundirme, cobijarme para pasar  mis noches.
            El día declina, la luz se ha ido, llega la noche y él vendrá con ella. Le abriré la puerta y comenzaremos el ritual de quitarnos la ropa, de recorrer nuestros cuerpos con la mirada. Nos abrazaremos desnudos dejándonos llevar en el mar del deseo. Sus manos y su boca recorrerán mi cuerpo. Mis manos y mi boca no harán menos. Con los ojos cerrados, trataré de invocar tu presencia, trataré de transformar sus manos en tus manos, su deseo presente en tu deseo pasado. Trataré de conjugar pretéritos que se hagan presentes; aunque finalmente lo único que consiga, como siempre, es que los verbos se hagan carne.  
            Atrapo su lengua en mi boca rastreando en su saliva un sabor olvidado, un sabor antiguo, un sabor ya lejano. Cierro los ojos fuertemente, sintiendo no sólo ya el cambio de este cuerpo que me abraza y que me besa, sino hasta un cambio de escenario. Estoy en otra habitación y mi piel es más tersa, porque soy más joven que ahora. Pero eso era ayer… en otros días, en otro tiempo, en otra compañía que era la tuya.
            Un gemido suyo me despierta, me ubica de nuevo en la realidad de este otro hombre, de esta otra habitación, de este otro tiempo que ahora es el presente. Borro cualquier pensamiento que no sea el dejarme llevar en el ritmo acompasado que imprime el que está ahora dentro de  mí. Me aferro a su espalda clavando mis uñas en ella, en ese instante, en ese preciso momento, no somos dos, ni uno, ni tres, no somos nada numerable, somos sólo sensaciones.
            Deposito en su oído un nuevo te quiero, cuando todo ha terminado. Sí, le quiero, y así, cosida a su espalda, queriéndole, mientras siento su respiración acompasándose al sueño, mientras yo misma siento mi conciencia deslizándose, sumergiéndose en pensamientos ya no controlados, aún queda un último destello, un último momento para volver a ti, para volver a pensar que también a ti, te sigo queriendo.   



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