Te llamaré viernes. Relato Ganador. Marzo 2013




          Estoy sentada, viendo a través de la cristalera de esta cafetería, como la tarde languidece y las sombras comienzan a devorar lentamente los contornos del paisaje. Finales de otoño y cierta sensación de nostalgia, tal vez sea la inminencia de este invierno que ya se intuye hasta en los pliegues de la puesta de sol. Espero a Marta, mi amiga Marta. Nuestra cita habitual de los miércoles. Dentro del cauce agitado de nuestras respectivas vidas (casa, trabajo, familia…), hemos sido capaces de limar estas virutas al tiempo de nuestros relojes, y así, todos los miércoles, seguimos en contacto, todos los miércoles seguimos siendo Marta y Silvia, para conseguir no diluirnos en la cotidianidad de las vidas milimetradas. En este breve espacio de tiempo, seguimos siendo dos mujeres, volvemos a ser, simplemente dos mujeres que pueden despojarse de todos los títulos que las acompañan: hija, madre, esposa, hermana… Cada atardecer de los miércoles, disponemos de apenas una hora para nosotras, una hora para ser sólo ella y yo, para contarnos nuestras historias, nuestros pequeños sueños realizados, y a veces, muchas también, los frustrados.
          Hoy Marta me ha dicho por teléfono que tiene algo que enseñarme, supongo que será, como tantas otras veces, alguna prenda de ropa o algún nuevo calzado que se haya comprado. Yo hago lo propio, suelo comprarme algo, meter la bolsa en el maletero del coche, y esperar al miércoles para tener el beneplácito de Marta, porque si ella manifiesta su aprobación ante la camiseta o el pantalón de turno, vendrá a reforzar mi elección, y así, yo me siento mucho más contenta, feliz si cabe, sabiendo que esa camiseta o ese pantalón, han sido elegidos, en cierta forma, al unísono. Ella hace otro tanto, así que entiendo que hoy, no sé, quizás haya adquirido ya un abrigo para esta próxima temporada.
          La veo llegar, con esa sempiterna sonrisa que ilumina toda su cara. No, no puede ser un abrigo, la bolsa que trae en su mano es pequeña. Aquí está ya, a mi lado. Su rostro algo arrebolado por el aire, frío ya, que barre las calles. Tiene una mata de pelo negro brillante que cae en cascada por su espalda. Marta siempre ha tenido un pelo precioso, yo, con mis cuatro pelos ralos, sólo puedo permitirme llevarlo corto y sin mucho o ningún lucimiento. Tiene un tono de piel aceitunado, que contrasta, en este caso también, con la mía, blanca lechosa y con tendencia a la rojez. Me parece bellísima, siempre me lo ha parecido. Ya lo era cuando niña, cuando aún era el esbozo de la magnífica y rotunda mujer en la que se ha convertido.
          Intercambiamos los saludos de rigor, para sumergirnos al momento, en nuestro mundo, para mí, el único mundo. La semana es una mera sucesión de horas tediosas, de días que lentamente voy desgranando hasta llegar a hoy. Hoy, mi vida, la única hora de vida que contemplo como verdadera; pero eso es algo que nunca confesaré, ni tan siquiera a ella, a Marta, al menos de momento, porque lo cierto es que siempre pienso que  algún día llegará otro momento, y éste, no será tan corto, tan breve. Por soñar, que no quede.
          —Silvia, mira que me he comprado. ¿Qué te parece? —. Me lanza la pregunta mientras saca una caja de la bolsa. Ya sabía yo que era algo de ropa, aunque en esta ocasión, y dado el tamaño de la caja, tal vez sea un fular de invierno o unos guantes de piel. Algo especial, eso sí, porque dentro de la caja viene envuelto en papel de seda. Papel que Marta aparta, para dejar al descubierto y delante de mis ojos, un body de encaje negro, una de esas prendas hechas más para el deleite ajeno que para el propio. Me quedo sorprendida, no es propio de ella, al menos, no lo ha sido hasta hoy, el pedir consejo sobre lencería, y mucho menos de estas características.
          —¿Y esto? —pregunto.
          —Quiero darle una sorpresa a Darío. ¿Crees que le gustará?
          —Pues si no lo sabes tú. Pero, ¿por qué quieres sorprenderle?
          —Chica, ya sabes, por salir de la rutina, hacer algo diferente, darle un poco de chispa o algo así a lo nuestro. Es que para verme en pijama, ya me ve todos los días.
          Me imagino ya al tonto de Darío, mirando con esa expresión de cordero degollado que emplea para mirar a Marta. No, no me gusta Darío, aunque es algo que a ella nunca le he dicho, y que probablemente, nunca le diré, porque ¿cómo decirle que nunca podría encontrar a nadie que me gustara para ella? Tomo la prenda en cuestión entre mis manos, y me imagino ya, el cuerpo de mi amiga envuelto en ella. Los finos tirantes descendiendo por sus hombros, sus exuberantes pechos rebosando sobre esas copas, sus oscuros pezones marcándose enhiestos a través de la negra tela. Porque en esto, también me gana, como en todo, yo, apenas tengo pecho, y ni falta que me hace, la verdad, pero ella tiene unos pechos generosos, de los que llaman a ser acariciados, lamidos, mordidos, de los que me vuelven loca, como loca me vuelve todo lo de ella. Sigo con la prenda entre mis manos, mientras noto como la humedad se va abriendo paso entre mis piernas, como tantas otras veces en estos miércoles. Pero vuelvo a imaginar al tonto de Darío, a las manos del tonto de Darío, bajando esos tirantes, tirando de esos tirantes, rompiendo ya esos tirantes e introduciéndose en ese balcón negro de encaje para sacar los pechos de Marta, para acariciar los pechos de Marta, para lamer los pechos de Marta, para morder los pechos de Marta… ¡Cuánto envidio a Darío! Él puede hacer realidad, lo que yo, simplemente me permito soñar.
          —Estoy segura de que le gustará. Si no le gustara, sería tonto (que lo es). Es precioso —. Y me gustaría añadir, que lo más precioso es lo que llevará dentro, pero no lo hago, la miro, sonrío, y me callo, como siempre.
          Y así, como cada miércoles, el reloj, sin ningún atisbo de piedad, va marcando el tiempo inexorablemente al compás de nuestras historias. Los niños bien, los maridos aburridos, bueno el suyo dentro de poco menos, por lo de la sorpresa, los trabajos con sus historias. Palabras empleadas para llenarme de ella, para poder observar su boca, su sonrisa, sus ojos que brillan de esa forma tan especial al reír, palabras para seguir empapándome de ella. Palabras para callar lo que nunca le he dicho, lo que seguramente, nunca le diré. Y luego el final, la despedida, el roce de sus labios en mis mejillas, el calor de la cercanía de su cuerpo.
El aparcamiento donde he dejado el coche está oscuro, la farola que debiera iluminarlo está fundida, o tal vez la han roto con una piedra, no lo sé. Mi cabeza va llena de Marta, y hoy, de Marta con su body negro, con sus pechos que yo acariciaría, que yo lamería, que yo mordería. Me siento, introduzco las llaves en el contacto, pero no arranco. Cierro mis ojos y me masturbo lentamente pensando en ella, en ella sobre mí, debajo de mí. Y mi vulva es su vulva, y sus pechos llenan mi boca mientras mis dedos penetran en su vagina, y alcanzo un clímax donde ella lo llena todo, donde yo lleno todos y cada uno de los huecos de su cuerpo. 
Giro la llave, vuelta en coche a la vida artificial, a la cuenta atrás, a la espera del próximo miércoles.
           


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