Disolución. Noviembre 2013





            El sueño es recurrente, puede que no se repita todas las noches, pero sí la mayoría de ellas.  Resulta curioso que yo sueñe algo así, o quizás no lo sea tanto, en cualquier caso, que una persona nacida y habitante en una vasta meseta de interior no haga otra cosa que soñar noche tras noche con acantilados y con saladas humedades marinas, no deja de ser extraño.
            El sueño siempre comienza igual: estoy sola, de pie sobre un promontorio tapizado de verde hierba, desde el cual puedo escuchar el sonido de las olas al romper y contemplar una gran extensión de agua azul marina en constante movimiento. No escucho ningún otro sonido que no sea ése, a excepción del sordo golpeteo incesante del latido de mi corazón. Los rayos del sol llegan a mí amortiguados a través de una ligera neblina. Intuyo, más que sé, que es por la mañana, hasta noto bajo mis pies descalzos, el frescor del rocío que veo brillar sobre la hierba. Llevo puesto un liviano camisón de tela prácticamente transparente, el cual es movido por una suave brisa que hace que se pegue a mi piel.  No hace frío. Comienzo a caminar con mi  mirada fija en el agua azul. Sé hacia donde dirigirme. A la derecha del promontorio se adivina un camino que serpentea bajando hasta una pequeña cala. La hierba, a ambos lados del  sendero, aparece tachonada de blancas margaritas y amarillos dientes de león. Aspiro el aire, deleitándome con el olor fresco y salado del agua que me aguarda allí abajo.  Me detengo un momento y soplo un vilano,  al ver volar sus filamentos tengo la sensación de que el mundo es maravilloso, frágil, pero maravilloso.
            La cala es pequeña, de una arena fina nacarada a la que el sol arranca destellos. Me llega el graznido de una gaviota, rompiendo la uniformidad del sonido. Camino hacia la orilla. Mis huellas se marcan en la húmeda arena, me estremezco ligeramente con la humedad del agua que moja ya mis pies. Contemplo el mar y su insinuante vaivén. Deseo… Siento en mi vientre la tirantez del deseo. Me desprendo del liviano camisón, lo dejo deslizarse desde mis hombros hasta el suelo. Tengo la sensación de que el sol, también arranca destellos a mi piel, la cual, por obra y gracia del sueño, se ha transformado en suave y pulido nácar,  tal como el interior de una caracola. Avanzo, el agua llega a mis rodillas, a mi vientre… Tiemblo, con una sensación gozosa, con el convencimiento de saber que estoy donde siempre he debido estar, donde siempre he querido estar. Los pezones de mis pechos se ponen erectos y aprovecho el momento para sumergirme en el agua por entero. Emerjo y comienzo a nadar lentamente. El agua recorre mi cuerpo, se introduce en todos mis huecos. Me lleno de humedad, la de fuera, la de dentro. Cierro mis ojos mientras sigo nadando, dejándome llevar por las olas. Siento que el mar es una mano inmensa que me acaricia por entero, que se introduce en mí por cada poro de esta piel que ha vivido hasta hoy para poder recibirle. No necesito ver, veo a través de cada milímetro cuadrado de esta piel, y así, contemplo sensaciones que van abriéndose paso con fuerza. Siento que la llegada de un orgasmo está próxima, abro por un momento mis ojos, la orilla está lejos, difuminada ya en la distancia, no me importa, quiero el placer que hoy me ofrece mi amante el mar, y cuando estoy a punto de abandonarme, de envolverme por completo en agua salada y azul, de fusionarme toda yo en la humedad, despierto bruscamente y regreso a la realidad insípida de mi habitación, deseando, anhelando ya, pasen las horas de la noche y del día que le precederá, para poder volver a soñar lo mismo, para poder volver a unirme a él, al mar.
            Así ha sido mi sueño durante muchos meses, aquellas noches que no he conseguido tenerlo, han resultado decepcionantes, siempre con el miedo a perderlo, a que no volviera a mí. Poco a poco me he ido apartando de cualquier atisbo de amante real. Ninguna realidad ha podido suplir a las sensaciones y placeres anunciados en el sueño, ningún amante es comparable a la inmensidad del agua y al placer que me proporciona. Así ha sido el sueño, al menos hasta esta noche, porque hoy algo ha cambiado, esta noche ha sido distinto. El sueño se ha desarrollado como siempre, pero el final ha sido diferente. He conseguido llegar al deseado orgasmo, he creído morirme de placer, y en ese momento, cuando he pensando en que no me importaría abandonar esta vida, he despertado. Mi cama, y hasta el suelo de mi habitación se encontraban empapados de agua, tan empapados como yo misma, un agua salada y con restos de espuma. Creo que he conseguido traspasar el sueño a la realidad. Pensando en este fenómeno, he llegado a la conclusión de que existen dos mundos trazados en paralelo, pero que por extrañas razones, pueden llegar a juntarse. Si he conseguido traspasar parte del sueño a esta realidad, creo que ha de ser posible algo a la inversa, es decir: que esta realidad insatisfecha en la que me muevo, se transforme en un mero sueño, y por ende, éste se convierta en mi auténtica realidad. Por ello, aguardo con ganas la llegada de esta nueva noche, quiero sentir de nuevo la brisa, disfrutar de todo lo que precede al ansiado placer. Quiero perderme con mi amante el mar, y no abrir los ojos, no despertar, fusionarme para siempre entre sus brazos, transformar esta mezcla de humedades en una perfecta y ya para siempre perdurable disolución.

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