El mañana siempre es hoy. Febrero 2016




—Una vez estuve muerta.
La afirmación de ella le sobrecogió. No sabía muy bien a que venía aquello, pero tratándose de Marina, no podía ser nada baladí.
Marina… se habían conocido hacía apenas dos meses, un encuentro casual en un acto literario había dado inicio a aquella incipiente relación, si es que relación era el nombre que se le podía dar a aquello de lo que ambos disfrutaban. Encuentros esporádicos, siempre con las prisas del reloj a cuestas, siempre con el tiempo justo para mirarse, besarse y poco más. Eso sí, cada encuentro era una puerta abierta a más, a mucho más. Le gustaba aquella mujer, el misterio de sus ojos, la carnosidad de sus labios, la suavidad de su larga melena color azabache, le gustaba lo que hablaba, lo que callaba, lo que meramente insinuaba. No sabía muy bien, y por ello, muchas veces se lo preguntaba en voz alta, qué es lo que ella habría visto en él. Él, un tipo normal, sin nada destacable, sin nada, que desde su punto de vista, como siempre nada objetivo, pudiera satisfacer a una mujer como Marina, profunda, insondable hasta ahora. Por todo ello, aquello le parecía un sueño, porque cada encuentro con Marina era algo irreal, algo que le sucedía pero que al mismo tiempo parecía no estar sucediendo. Le gustaba esa sensación de vivir y no vivir al mismo tiempo. Para él, era como desdoblarse completamente, salirse de su vida, atravesar otra dimensión y situarse en un nuevo plano, hasta ahora meramente soñado, donde se producían los encuentros con Marina. Después de una vida tan colocada, tan impoluta, tan ejemplar a todos los efectos, resulta que él, el bueno de Damián, se había aventurado a vivir un sueño, a perderse en un sueño, a encontrarse en un sueño. Desde que la conociera, se preguntaba día tras día qué es lo que ella sentiría, qué es lo que ella había encontrado en él. Pero ella estaba allí, y no hacían falta más preguntas, porque ella, su presencia, era toda la respuesta que necesitaba.
Comían juntos, por primera vez habían quedado en un restaurante, cercano a la ciudad donde vivían, pero lo suficientemente alejado y discreto de posibles miradas conocidas. Le había sorprendido la elección de ella, «Botillo completo con cachelos», se la había imaginado eligiendo una ensalada, algo mucho más ligero, y aquella elección tan rotunda, vino nuevamente a sorprenderle. Pero eso era Marina y por ello le gustaba: una sorpresa continua. Y ahora, esa afirmación que ella lanzaba al aire, era otra nueva sorpresa, así que levantó los ojos del plato, donde daba buena cuenta del rojo manjar, y la miró de forma interrogante ante su afirmación en voz alta.
—¿Muerta? —preguntó él con curiosidad.
—Sí, una vez estuve muerta. ¿No te has sentido alguna vez así, vivo, pero al mismo tiempo muerto?
Como le gustaba esa mujer. Porque le hacía pensar, porque nada en ella era habitual, ni su forma de ser, ni su forma de pensar, ni su forma de vivir. Siempre tenía hambre de ella, y no solo físicamente, hambre de sus palabras, de sus gestos, hambre de conocerla, de adentrarse en su mundo y en su vida, la vivida y la que deseaba vivir. En estos dos meses se había preguntado también si no estaría sufriendo una adicción, porque cada día que pasaba la necesidad de verla se hacía más acuciante, y aquellos encuentros tan esporádicos cada vez le sabían a menos, cada vez necesitaba más, aunque no se atreviera a confesarlo ni por supuesto, fuera a confesárselo nunca a ella.
—No sé Marina, ¿cómo se siente uno vivo y muerto? Yo estoy vivo, así que no puedo estar muerto al mismo tiempo, ¿no te parece? —. Pero en el mismo momento de hacer esta afirmación, se arrepintió de la misma, porque claro que sabía a lo que ella se refería, aunque estaba inseguro del grado de profundidad en el que podía englobarse lo de «estar muerto». Porque él pensaba que más que muerto, hasta ahora, había estado dormido y ella había venido a despertarle, o quizás al revés, él había estado despierto, y ella había venido a sumergirle en el mejor de los sueños que hubiera podido nunca soñar. Así que todo era complejo, difuso, como ella, nada lógico, ni blanco ni negro, todo bajo la mirada de ella podía ser de múltiples colores, porque ella era un caleidoscopio de ideas y pensamientos.
—Te equivocas Damián. Te dejas guiar por lo que meramente se ve, cuando lo que vemos solo es una pantalla. Yo, una vez estuve muerta. Si me hubieras visto entonces, nada te hubiera llamado la atención, porque hubieras visto a la misma mujer que tienes hoy delante de ti, pero a poco que hubieras escarbado en la superficie para adentrarte en ella, hubieras comprobado que la vida se había marchado lejos, que aquel cuerpo funcionaba como una mera máquina a la que dieran cuerda cada mañana para levantarse, caminar y hacer todas esas cosas mecánicas que hacemos todos los días. ¿Sabes? No quiero volver a morirme, no quiero volver a transformarme en una máquina. Por eso me gustas… Sí, no me mires tan extrañado, me gustas porque haces que mi corazón palpite y que yo me sienta viva. Aunque ya había vuelto a la vida antes de conocerte, pero tú, incrementas esa sensación, y no hay nada mejor que la sensación de estar vivo. Para mí, nada mejor.
—Me halagas. Aunque Marina, siéndote sincero, a veces no entiendo que buscas en un tipo tan normal como yo, tú, que podrías tener a cualquiera a poco que te lo propusieras, porque eres una mujer interesante y muy atractiva. Pero voy a seguir siendo sincero, tú también me gustas, aunque supongo que ya lo sabes. Sentirse vivo… está bien sentir, tú me haces sentir muchas cosas —dijo Damián y volvió a dejar caer su mirada sobre el plato, porque por una extraña razón que no llegaba a comprender, aquella mujer sí, le hacía sentir muchas cosas, pero también le hacía sentirse expuesto a las palabras, a las que decía y a las que la mayoría de las veces callaba, y aquella era una sensación  de un extraño y mágico potaje que terminaba por revolver una y otra vez en los días que no podía verla. Por tanto, ella también le hacía pensar, sobre todo eso, pensar y eso no sabía si englobarlo en bueno o malo, porque los pensamientos eran diversos, a veces deliciosos pero otras, como en esta ocasión, desconcertantes.
—Tú también me halagas, y subestimas mi capacidad de seducción, porque hasta hoy, hasta que te he conocido, me sentía bien, viva y bien, pero ahora, aparte de sentirme viva y bien, me siento aún mejor. No sé qué extraña razón, qué motivo me ha llevado hasta ti, pero creo que todo en esta vida sucede por alguna u otra razón, así que aquí estoy, mirándote, sintiéndome feliz, y pensando que cuando termine de comer voy a necesitar reposar un poco, porque esto está delicioso pero no para ponerse en marcha sin haberlo digerido bien.
Sentirse mejor… él se sentía, lo cual no encajaba ni en mejor ni en peor, simplemente se sentía, cosa que anteriormente había olvidado, enterrado entre la cotidianidad de los días. Era consciente de sus ojos cuando la miraban, consciente de sus manos cuando la tocaba, consciente de sus labios cuando la besaba, consciente de su cerebro, elucubrando pensamientos sin fin donde ella y él siempre eran protagonistas. No podía pedir más, pero tampoco quería menos. Todo era desconcertante, porque por una parte quería seguir siendo el hombre tranquilo, de vida ordenada, el perfecto padre, el perfecto marido, el perfecto hijo, pero por otra no quería renunciar al hombre sin más, sin ningún distintivo, sin ninguna ligación a una u otras personas, a uno u otro sustantivo más allá del de meramente «hombre».  Simplemente un hombre con una mujer, con aquella mujer, con Marina al lado. ¿Se pueden vivir dos vidas en una?, ¿dos vidas opuestas, antagónicas y a la vez complementarias? No quería pensar, a veces prefería no pensar, porque si se adentraba plenamente en el pensamiento, con plena coherencia y no queriendo dar la espalda a la verdad, sabía, a ciencia cierta sabía, que aquello era un callejón sin salida, porque aquella mujer, por mucho que deseara, por mucho que soñara, nunca sería suya, jamás sería suya, porque ella era del aire, era del viento, era del agua de ríos y mares. Era libre, aunque en su libertad decidiera compartir algunos momentos junto a él. Él, que hasta ayer apenas era nada, era nadie, y que ahora, en ese instante preciso, se sentía todo, aunque el pleno conocimiento de ese todo terminará por arrastrarle a la infelicidad. Movió su mano imaginariamente sobre sus divagaciones.
—Reposar decías… podríamos reposar juntos
No importaba lo que pasara mañana, no importaba porque el mañana era ahora, el mañana siempre es hoy, en este momento, en el instante en que exhalamos el aire de nuestros pulmones. El mañana era hoy, y hoy, ella estaba allí y él junto a ella.

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