Historias de la Antiguedad. Agosto 2016




«¿Qué es el futuro, qué es el presente? Todo puede mezclarse, y lo que es hoy puede que no sea mañana y viceversa. Lo que hoy vivimos, mañana será contemplado por otros, y visto en la distancia, todo siempre es más esclarecedor»

          Hoy he vuelto a soñar nuevamente con esa bola azul. Me siento flotando en el espacio, sabiéndome completamente etéreo suspendido sobre la inmensidad, y contemplo la redonda canica azulada tachonada de marrones marcas. Desde la distancia, tengo la sensación de que a poco que estire mis manos, podría atraparla, retenerla dentro de ellas. Pero sólo es una ilusión óptica, porque soy diminuto, prácticamente invisible comparado con ella. Ese es el punto en el que despierto. Invariablemente, siempre ahí, cuando hago el ademán de estirar mis brazos para alcanzar la azulada esfera, el sueño se deshace, se deshilacha completamente y soy expulsado del mismo hacía la realidad de este presente nuevamente.
          Sólo es un sueño, lo sé, llegado a raíz de la emisión de aquel reportaje. Me gusta mucho la historia, y hace como unos dos meses, me dispuse a ver un documental donde se indagaba sobre el origen de la raza humana. Muchos de mis compañeros utilizan estos reportajes para echarse una buena siesta los fines de semana, yo voy algo más allá, porque más que dormirme, me interesan, hasta el punto de prestarles toda mi atención y poder pasarme una tarde sumergido en el tema que en los mismos se analice. Así, he estado empapándome del misterio de los agujeros negros, de la velocidad de la luz y sus múltiples funciones, de la fabricación de diversos utensilios de uso diario. Pero aquel reportaje era diferente, ya que no trataba sobre nada presente, sino sobre el pasado de nuestra especie.  Al parecer, y según las reseñas históricas de las que se disponen, la vida, propiamente dicha, nació en un planeta, hoy extinto, llamado Tierra. La Tierra era una hermosa esfera azul donde flotaban varias manchas verde amarronadas llamadas continentes. Precisamente en el azul, en el agua, es donde surgió la vida. Por aquel entonces, nada de lo que hoy disponemos existía. El agua era un producto natural, no habían sido aún inventadas, ni se necesitaban, las refinerías que hoy conocemos, que transforman el frío galáctico en líquido elemento. En aquel tiempo pasado, convivían dos clases de agua: la salada, presente en grandes extensiones llamadas océanos, y la dulce, que se encontraba en el subsuelo o bien sobre el mismo suelo, discurriendo en una especie de pequeñas cintas plateado verdosas llamadas ríos. La esfera era azul debido al descomunal tamaño de los océanos que albergaba. Dentro de ella, en su superficie, habitábamos los humanos, también conocidos por “terrícolas”, al igual que una ingente cantidad de seres vivos, todos bajo el manto protector de una atmósfera, la cual nos preservaba de los gases y rayos nocivos. Planeta azul se le llamaba. Ciertamente, las recreaciones eran asombrosas, y el poder imaginar algo así, una bola de tan maravilloso color donde corrían, saltaban, gritaban, trabajaban, reían, lloraban, amaban, y cientos de cosas más, millones de humamos y millones de animales, no deja de requerir una fantástica imaginación, y cierta parte de envidia, por no haber podido llegar a vivir allí, llegar a conocer aquella bola inmensa. No todo era un cuento de hadas, se comentaban también las guerras, las terroríficas armas de exterminio utilizadas en las mismas. Qué crueles llegaron a ser aquellos antepasados nuestros. Tenían un paraíso a sus pies y muchos de ellos, demasiados, se empeñaban en destruirlo.
          Confieso que me quedé maravillado, las reconstrucciones tridimensionales de todo aquello, que se ofrecían en el reportaje, eran impresionantes. Nada que ver con este mundo nuestro, construido con toneladas de metal flotante sobre el espacio, errante desde hace años, cientos de años, a la búsqueda de un nuevo paraíso similar al perdido, similar a la Tierra. Nuestro mundo, mi mundo, es monocromo, un gris tachonado de artificiales fuentes de energía que iluminan su superficie. Siendo grande, inmenso para mí, se queda pequeño ante las pantagruélicas proporciones de aquella mítica Tierra. Ni siquiera nos acercamos al tamaño de cualquiera de sus masas marrones, de cualquier de sus continentes.
          La Tierra desapareció hace ya varios miles de años. Precisamente, fuimos nosotros mismos, los humanos, los terrícolas, los que terminamos con ella. Nuestro afán de conquista, de avance tecnológico, nuestro desoimiento reiterativo de las advertencias, de los millones de advertencias que se dieron antes del desastre final, nos llevaron sin remedio hasta el fin. Todo empezó con un agujero, un pequeño agujero en aquella atmosfera protectora. Creo recordar que en el reportaje era citado como “el agujero de ozono”, el principio del fin de aquel planeta, de nuestro planeta. El agujero fue creciendo, alentado en su crecimiento por los vertidos incontrolados, por los abusos del ser humano. El azul, el agua, la vida, fue desapareciendo, evaporándose lentamente hasta tornarse de planeta azul a planeta oscuro, casi negro. El ser humano sobrevivió, a pesar de la desaparición de millones y millones de ellos. Sobrevivimos, hasta llegar aquí, a este hoy, un presente donde todo aquello no es más que un sueño, una historia antigua, tal vez una mera leyenda. Dejamos de ser terrícolas, para ser lo que somos hoy en día: solamente humanos. Quizás mi sueño sea premonitorio, tal vez el encuentro con un nuevo planeta azul esté próximo. ¿Habremos aprendido algo del pasado, seremos capaces, en el caso de encontrarlo, de conservarlo? Me gustaría creer que sí, así que sigo soñando y sigo esperando, sin descanso.

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