La pintora de historias. Año 2010



   Sujetó el pincel entre sus dedos contemplando el lienzo en blanco delante de ella. Entrecerró levemente sus ojos, queriendo concentrarse en lo que quería plasmar en aquella tela blanca. A través de la ventana se adivinaba un paisaje urbano, cristal y ladrillo difuminado entre gruesos copos blancos. Nevaba, era Enero.
      Humedeció sus labios y comenzó a extender pinceladas suavemente...
Suavemente su mano se deslizó recorriendo su espalda. Ella sintió como una corriente eléctrica la recorría, dispersándose a lo largo de cada poro de su piel. Afuera, hacía frío, pero allí dentro, bajo aquellas sábanas, latía un mundo húmedo y caliente. Sus pensamientos sólo le albergaban a él por entero. Sus manos, su boca, el olor de su piel, el vello ensortijado que cubría su pecho. Todo era él dentro de ella. La vida seguía su curso, el tiempo no dejaba de precipitarse en su propio olvido, la tierra no cesaba de girar sobre su eje, pero en aquella habitación todo se había suspendido, pospuesto, entregado a los latidos del corazón, reconocido en el latido del deseo.
    Una gota de sudor resbalaba lentamente por su espalda, ella siguió su curso son su dedo índice, lentamente en pos de ella; al pararse, aproximó sus labios y sorbió con deleite. Si el sentido de vivir ha de tener un sabor, éste ha de ser una mezcla entre dulce y amargo, éste ha de ser, era, el sabor de él.
    Le ordenó tenderse de espaldas y estarse quieto. Sus ojos recorrieron sus anchos hombros, su estrecha cadera, el dibujo de sus nalgas, sus piernas. Se tumbó encima. Mordiéndole la oreja derecha le susurró al oído que a veces, le gustaría transformarse en hombre para tomarle por detrás. Ambos estallaron en sonoras carcajadas. Una alegría líquida discurría entre ellos, como un río de rápidas aguas en el que se dejaban arrastrar. Él se volvió y clavó su mirada en ella cargada de deseo. Asiéndola por las caderas, la sentó encima de él. Ella comenzó a moverse, lentamente al principio. Ahora ya no era un río de aguas cristalinas, ahora era un arroyo de lava ardiente que todo fundía a su paso. Se arqueó emitiendo un gemido y se dejó caer sobre él, descansando sudorosa sobre su pecho. Él siguió acariciándola. La nieve seguía cayendo sobre la ventana, con una cadencia lenta pero constante. Los latidos del corazón, lentamente también, se fueron acompasando.
      Se mordió el labio inferior y caminó hacia atrás unos pasos para poder contemplar el lienzo empezado. No era un cuadro, ni era un pincel lo que sostenía su mano. Era un folio lo que en verdad contemplaba y un bolígrafo lo que sujetaba. Era una historia escrita, una historia pintada con palabras de múltiples colores, al igual que un cuadro.
      Afuera, seguía nevando...

 

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