La decisión de Elsa (2007)
I
Suena el
teléfono en una casa vacía, ella, al igual que todos los días, llama a Jorge,
desconoce la soledad de la llamada en el vacío de la casa, comienza como
siempre con sus suspicacias infundadas, pero así es su naturaleza, desconfiada
sin motivo, alerta por nada.
Es Elsa una mujer desconcertante, con las
cualidades del camaleón se maneja perfectamente en su cotidianidad. En el mundo
que todos vemos su vida aparente, compuesta por su trabajo y su reducida
familia, pero nunca hemos de dejarnos engañar por las apariencias, la
volatilidad la envuelve donde no llegan las miradas, vientos inesperados que
mueven sus pensamientos y hasta sus propios sentimientos.
Cuelga, preocupada ya por la falta de
respuesta. Hoy es jueves, un día de esos sin reseña, al menos en su personal
calendario, qué distinto era esto hace muchos años, cuando despuntaba en su
adolescencia y ese día era de salida obligada, «el día de la braga» llamaban
a los jueves de forma vulgar; venía esto dado porque antiguamente era este el
día que las chicas de servicio tenían libre, los tiempos cambian, pero las
reminiscencias del pasado tardan en ser borradas, simplemente van difuminándose
poco a poco.
Es un día extraño de verano, cargado de
nubes y con el repiqueteo de la lluvia en los cristales. Ella muchas veces se
siente así, como las nubes cargadas de agua. Hoy la lluvia se une al silencio
del teléfono, a la falta de respuesta al otro lado de Jorge. A Elsa, a veces, le
gustaría correr lejos, correr sin detenerse, ¿hasta dónde?, no lo sabe, pero
lejos de todo lo que conoce, muy lejos...
De momento aparca los pensamientos, mastica
con fricción el chicle y vuelve a su trabajo. Lleva ya una década en la
empresa, lo que empezó presentándose como un brillante puesto de secretaria, ha
terminado por convertirse en una decadente sucesión de días, donde las tareas
se repiten casi mímicamente. Prima el deseo de pasar lo más rápido posible por
esa obligación necesaria, son 9 horas grises donde su luz se apaga a la espera
de la hora de salida. La vida no debiera convertirse nunca en esto, pero basta
echar un ojo a los telediarios para sentirse afortunado.
Ha amanecido ya, pero a pesar de ello, hay
un grupo de farolas que permanecen encendidas, es extraño, pero a Jorge eso le
produce una sensación de abandono, sin saber muy bien él por qué, ni el cómo
explicarlo.
Como siempre, con el tiempo justo, se
dirige a su trabajo, contable de una empresa de renombre, un sueldo de muchos
ceros, pero también, demasiadas responsabilidades.
Aún conserva el sabor del café del
desayuno, el olor de las tostadas y el tibio calor del cuerpo de Elsa en la
cama. A pesar de los dos años transcurridos, ella sabe seguir sorprendiéndole;
es cierto que muchas veces le desconcierta con sus cambios de humor, Elsa pasa
de la risa al llanto en cuestión de minutos, o más bien, en cuestión de sucesos
o palabras; preferiría algo más de equilibrio en ella, pero eso es lo que él
representa y como se siente «equilibrado», o al menos es lo que él cree.
La radio emite sus noticias, y
afortunadamente el tráfico no parece tan denso como otros días, algo tendrá que
ver en ello el que sea agosto, aunque este día frío y lluvioso bien podría
pasar por cualquier día de un mes de otoño.
El coche toma la suave curva que conduce
al amplio aparcamiento, Jorge apaga el contacto y como siempre se vuelve para
coger su maletín, al tiempo que palpa el bolsillo de la chaqueta para comprobar
que lleva consigo el móvil, pero hoy es otro de esos días en los que se lo ha
dejado encima de la mesita de noche, allí donde lo deposita para cumplir su
función de despertador. Sabe que Elsa llamará en el transcurso del día, al
igual que sabe que se sentirá defraudada por su descuido, por la poca
importancia que le presta a los detalles, por el poco aprecio, que según ella,
hace a sus constantes atenciones.
Una nube negra ha bajado del cielo y se ha posado en los pensamientos de
Jorge, pero solo dura un instante, el trabajo le espera, y con Elsa hablará por
la noche, hay cosas, al menos para él, que no tienen importancia. Él no es como
ella, no se pierde en fantasías, nunca ha pensado en correr, porque le gusta
estar donde esta, porque disfruta con este «aquí» y este «ahora».
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