El mar es nuestro. Año 2009





Estoy aquí desnuda, de pie en esta sala apenas iluminada por la cálida luz de una bombilla, Reconozco los muebles y los cuadros que me rodean, la alfombra sobre la que mis pies reposan. La escasa luz difumina los contornos, dotando a todo de una tenue fosforescencia. Las cortinas del gran ventanal están descorridas, sé que ahí fuera está el mar, si abriera la ventana su sonido inundaría la estancia, esa lenta pero contundente cadencia del agua en movimiento. Miro hacia la ventana, contemplo mi reflejo en el cristal. La noche es cálida, mi piel brilla impregnada en su propio sudor. Recorro con mi vista los sinuosos contornos de mis caderas, las firmes y torneadas piernas, mis abultados senos. Busco el brillo de mi mirada en el reflejo, sonrío y deslizo la lengua alrededor de mis labios, dibujando su contorno, humedeciéndolos. Sé que tú estás aquí, detrás de mi, contemplándome también. Siento tu mirada deslizarse por mis hombros, descender por mi espalda, acariciar mis nalgas. Sé que ahí fuera está el mar, salada e inmensa humedad, aquí, dentro de mí, anida y crece una humedad esponjosa de verde musgo. Noto palpitar mi corazón mucho más abajo de su sitio habitual.

 Apareces detrás de mí, percibo tu respiración acariciando mi nuca, como una corriente eléctrica propagándose a través de mis terminaciones nerviosas. Se eriza mi piel. Te siento, te veo reflejado en el cristal, tapado tu cuerpo en parte por el mío. Nos miramos a la par en el reflejo, no decimos nada, no hacen falta palabras.

Tus manos se posan en mis caderas, acariciadoras. Una de ellas permanece allí, reposando inerte pero firme, otra, recorre un sinuoso camino ascendente, atravesando los paisajes de mi vientre, demorándose en mi ombligo, recorriendo mi torso hasta llegar a mis pechos. Éstos colman tu mano. Ahí fuera está el mar, y yo, siento tus manos como una ola que me arrastra, que me eleva, que me envuelve en su espumosa agua. Ya no miro el reflejo en el cristal, cierro los ojos y miro hacia adentro, observando mi sangre fluir repleta de deseo.

Deseo que  no se detiene, como el propio mar, como tus manos deslizándose lentamente  a través de esta sudorosa piel, rehaciendo ya en sentido contrario el camino iniciado, descendiendo, adentrándose en el centro de mi palpitar. Tus dedos recorren mis pliegues interiores, y yo, ya no sé si el mar está ahí fuera o ha traspasado esta ventana para venir a instalarse aquí, entre mis piernas. Te pegas a mi espalda, mientras tu mano se va hundiendo en mi. Te coses a mi espalda y noto tu calor en toda su extensión, propagándose como un incendio, mezclándose con el mío.

Me empujas hacia la ventana, el cristal está frío, mi cuerpo se pega a él, aplastándose ligeramente. Me abandona tu mano y pienso que no, que no quiero que te vayas de ahí, que sigas... Pero no te has ido, simplemente has cambiado de posición. Ahora estás aquí, detrás. Mientras con tus dientes muerdes ligeramente mi oreja y tu respiración se introduce de lleno en mi oído, tu mano se mueve nuevamente, deslizándose entre mis nalgas, bajando ligeramente por mis muslos, abriendo éstos con suave firmeza.

Estoy pegada a la ventana, más pegada que antes, fundida entre tú y el cristal. Te aprietas aún más contra mí, mis piernas abiertas y tu entre ellas. No hay vacío en mi interior, tú estás dentro de mí. Te mueves, me muevo, nos movemos. Golpean mis pechos contra esta ventana. El mar no está fuera, está aquí dentro, dentro de mí. El mar eres tú, soy yo, el mar somos nosotros, el mar es nuestro.

Hay una inmensidad salada que me llena, un verde musgo tierno que se expande alfombrándolo todo. Gimo, gimes, gemimos, y como una inmensa ola que se deshace en la arena, nos expandimos en miríadas de sensaciones, de colores.

Todo se detiene, pero sigues anudado a mi espalda, cosido a mi cuerpo. Respiramos aún jadeantes sobre la arena de esta playa a la que el mar nos ha empujado. Me retiro levemente del cristal, sucio ya, marcado por mi cuerpo. Me vuelto, te abrazo y te beso, se enredan nuestras lenguas y pienso que hay muchos mares latentes en cada hueco de mi cuerpo.



Es de noche, estoy aquí, mirando hacia la ventana, contemplando mi reflejo en el cristal. He tenido un sueño, ahora el cristal me devuelve el reflejo de una mujer despeinada, en pijama, desvelada en esta fría noche, rumiando aún algo, que más que un sueño ha sido un recuerdo. Se que ahí fuera está el mar. Abro la ventana, su sonido inunda la estancia, me inunda a mí. Sé que hay otro mar mucho más profundo, un mar que está dentro de mí, un mar que una vez fue nuestro.






Comentarios

Entradas populares