Finalista concurso Cartas de Amor del Ayuntamiento de Calafell

He quedado finalista en el Concurso de Cartas de Amor del Ayuntamiento de Calafell.
Creo, modestamente, que es una bella carta.





                                               Esta Isla, marzo 2020

 

 

Querida Sol:

Te escribo desde este invierno que no deja de enseñarme una de sus peores caras. Los días en Esta Isla, pasan veloces a lomos de los recurrentes temporales. El sonido del viento aúlla en la noche, junto con el persistente repiqueteo de la lluvia contra los cristales. Pienso en aquella niña que tanto temía utilizar el paraguas cuando había viento. Aquella niña continental que ha quedado al otro lado de este mar, lejos de Esta Isla, congelada dentro del alicatado de la cocina. Allí, en la vasta extensión de tierra donde tú habitas, reposan ya muchas cosas, como aquellos sueños terminados, como los nunca realizados, los inalcanzados. Aquella niña, qué es esta misma, que ahora se deja fascinar por el magnetismo de los temporales, la misma que sigue pensando que las nubes blancas son de delicado algodón sobre el que poder reposar para contemplar la vida desde allí arriba.

Escucho nuestras canciones mientras te escribo. La música trata de imponer su presencia cada nuevo día, trata de sobreponerse, con sus, siempre, maravillosas notas, sobre todos estos otros ruidos. La música, como siempre, es refugio, es el desencadenante de toda esta partitura de palabras constantes que gracias a ella fluyen a través de los blancos folios. Palabras de tinta azul nacidas por y para ti. Escribir (te) y leer, nunca ha sido más parecido a lo que puede ser descifrar un pentagrama, de esta forma cada palabra adopta el valor y sonido de una determinada nota y leído todo en conjunto, se obtiene toda una melodía de metáforas, alcanzando, a veces, el grado sumo de la alegoría. Los días se pueblan de recuerdos, se transforman en esa anáfora deseable que nunca debiera haberse dejado de repetir, anáfora donde yo me hubiera quedado a vivir contigo, no creyendo, olvidando que siempre, que indefectiblemente, todo ha de tener un final.

Tengo presente el sabor de tus besos, de los besos que  me dabas. En el sabor de tu saliva atisbaba un código secreto creado por y para mí. Así, rastreaba a través de tu lengua la promesa de la luz, de la luz que habría de llegar para barrer el invierno, luz que, como las ráfagas de un faro, iluminaría el camino a seguir. Aquellos besos tuyos que abandonaban mi boca para descender por mi cuello hasta terminar construyendo todo un entramado de senderos a lo largo y ancho de mi piel. Como caminos de baba de caracol, senderos de brillante y deliciosa baba que tu lengua dibujaba.

Te confieso, que en aquel tiempo contigo, tuve la tentación de volver a construir castillos de naipes, volví a creerme una arquitecta de los imposibles. Imposibles… soñé, quise desproveer a esa palabra de su siempre, hasta ahora, presente prefijo. Desproveerla a base de ilusiones, frágiles e inestables  como delicadas mariposas, pero tan luminosas como el polvo de sus alas. Cuántas docenas de ellas tengo ya borradas a base de agua salada.

Ahora, que los te quiero se han disuelto en el mar que nos separa, ahora que me siento exiliada de tus partituras, que sin ti, me resulta difícil seguir escribiendo. Te escribo desde Esta Isla, que seguro tienes olvidada. Te cuento que he decido tatuarme tu nombre, no para recordarte, ya sabes lo que siempre te decía, que el olvido no existe. Así que contemplo mi muñeca, esa parte de tibia piel blanquecina donde los trazos precisos de tu nombre, se han transformado en una clave de sol impresa que palpita sobre mis venas. Esta, es la única forma ya de tenerte, de saberte en mi piel por y para siempre.

No espero respuesta a esta carta, no aguardo imposibles porque, he comprendido nuevamente que ese prefijo es indeleble, tanto como la tinta que ahora tiñe mi piel. Yo, seguiré como siempre, seguiré leyendo, seguiré aquí, en Esta Isla, recordando (te), escribiendo (te).

           

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