Teatro de sombras


Ayer me comunicaron que había quedado finalista en un concurso de relato breve. Soy la eterna finalista... pero no, no sería justo que dijera esto, porque he ganado un buen puñado de concursos.

El relato en cuestión, «Teatro de sombras», saldrá publicado en una antología con los relatos ganadores y finalistas. 

Quiero seguir el camino de baldosas amarillas, seguir disfrutando de mis pasos en él.

 


 

 

TEATRO DE SOMBRAS

 

El verano se cierne ya sobre el cielo y, al mismo tiempo, siento que se aleja de  mí misma. Llega con sus vibrantes colores, con sus azules intensos. Yo, me siento huérfana del verano, habitante de un otoño imperecedero.

La duración del tiempo, la extraña variación del mismo. Tan ligado a las circunstancias, tan raudo y veloz, tan espeso y sosegado, tan brillante, tan oscuro, tan escurridizo. Ayeres superpuestos a este hoy y cuentas que ya no se ciñen en días, en meses, en años pasados, sino meramente en sensaciones vividas y hoy extintas. Y el vacío que se agranda cada día más, ese vacío que, temo saldrá de mi interior y terminará por envolverme, esa oscuridad que terminará por cegar la luz. Así que imaginariamente emprendo una carrera donde quiero dejar atrás el eco de la nada, de la soledad. Carrera que nunca gano, perdedora perenne de la misma. No quiero que ese vacío llegue hasta mis pies, sé que de hacerlo caería sin remedio en él para dar finalmente todo por perdido. Tiño incansablemente mi calzado de rojo brillante para tener la cualidad de los zapatos de Dorothy en mis pies, para pensar, creer, que aún puedo transitar por el camino de baldosas amarillas, obviando sus baches, sus inmensos badenes.

Pienso en las sombras de aquellos cuerpos que eran el tuyo y el mío. Regreso a aquella habitación donde este tiempo presente, que hoy repudio en su mayor parte, se transformaba en un presente único, deseado y cierto de mi vida, al menos de mi vida en aquel momento. No sé cuántas disquisiciones se pueden hacer de una vida, sobre una vida. Vida pasada, vida presente, vida futura, vida real, vida imaginaria, vida soñada y todas mis vidas que convergen sobre solo una, que al fin y al cabo es la única. Me sumerjo en aquel entonces, en la difuminada iluminación que aportaba una mera lamparilla de mesita en aquel dormitorio. Me entrego a todas aquellas sensaciones, a la espera que sabía agridulce, pero que degustaba con verdadero placer. Regreso al paso de los días ansiando sus noches, a la mera existencia insípida y absurda de la nada cotidiana. A la espera siempre de nutrirme de todo lo que la noche traería con tu llegada. Eran entonces tus brazos como gruesas cuerdas que me sujetaban y me impelían lejos del agujero negro que me habita, que siempre ha estado ahí, a veces lejano como un mero eco, otras veces cercano, como hoy, como un ya oscuro y temible acantilado al que podría asomarme, al que podría llegar a caer, al que puedo caer.

            Recuerdo la sombra de nuestros cuerpos plasmada sobre la pared. Noches de insomnio donde inmolábamos el sueño ante el albur del deseo, de la perdición, de las ganas de olvido, de ese olvido que te lleva precisamente al encuentro de lo buscado. Olvido de todo lo anterior, de todo lo aprendido, de todo lo conocido. Olvido, necesario para volver a nacer, para volver a ser, para volver a vivir, para poder creer. Así, nuestros cuerpos se encontraban, se aprendían, renacían cada noche para volver a ser, para revivir, para hacerse creyentes el uno del otro.

Pero al igual que el verano terminará pasando, para dar paso a este otoño, que en mí siento imperecedero, el tiempo de las sombras en la pared también ha quedado ya lejano, abandonado en aquella pared sobre la que sabe dios hoy que ojos se posarán, sin poder imaginar lo que sobre ella un día se llegó a plasmar.

Ahora que las sombras ya son un mero teatro, un simple teatro donde el escenario está raído, donde ya no hay lamparillas de noche, donde ya encontrar el olvido dentro del mismo resulta imposible, y la creencia es un mero acto ficticio que apuntala a duras penas la diaria existencia. Es ahora cuando siento al vacío ganar terreno a todo lo tan conocido, aprovechándose de la inconsistencia de la fe o de la absoluta falta de la misma, de la imperturbable creencia de que ya no, de que ya nada, de que ya nunca se podrá volver a alzar el telón.

 

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