Cazador de Lunas

"Cazador de Lunas" es el nuevo libro de mi amigo Emilio Vega. Me pidió realizar su prólogo, así que ahí está mi aportación a un libro de poemas. 


 

 

PRÓLOGO

 

Dicen que la poesía muestra las cicatrices del que escribe y las heridas del que lee. Me asomo a este conjunto de cicatrices sintiendo cómo las palabras pueden escocer en las heridas abiertas. Me asomo a este vértigo de poemas y me pregunto: «¿Quién soy yo para hablar sobre un ferviente cazador de lunas? ¿Quién soy yo para escribir sobre Emilio Vega?» Yo, que sólo soy una mujer, humana, terrenal, completamente imperfecta. Posiblemente, vendrán mis palabras precedidas por el amor que profeso a la poesía, amante fiel de la misma, rendida al talento del trabajo del orfebre poeta.

    Este «cazador», este «médico del alma», que no es otro que Emilio Vega, nos muestra en este nuevo poemario sus últimas piezas, abatidas bajo la maestría de su madura pluma. Aún rezuma en ellas el color oscuro de la noche, el rojo desvaído de los amores pasados, el azul de los mares y los sueños, el sepia de los recuerdos y el vibrante amarillo de la amistad verdadera.

    A través de estas páginas recorreremos un periodo sinódico acompañados en todo momento por el ritmo constante de la métrica exacta de los versos.

 

Luna Nueva

Dentro de la noche más oscura, de la noche sin luna, camina este «peregrino perpetuo del país de los sueños». Componen esta primera parte un buen nutrido grupo de poemas cortos de evidente contenido intimista, romántico, reflexivo y didáctico, todos ellos dotados de espíritu crítico y profundidad de pensamiento, que reflejan con meridiana exactitud buena parte de su filosofía de vida. Poemas para llevárnoslos puestos como «ajorcas de luna» o «collares de luceros».  Encontraremos en ellos la voz de la nostalgia, una buena dosis de desencanto y la necesidad de encontrar el resplandor argento que nos salve de la oscuridad. «Amar es la respuesta», eso asevera Emilio Vega mientras mira directamente a la oscuridad de la noche y confiesa sin pudor, que: «llegué, sin darme cuenta, por el dolor al verso». Y el verso se hace carne, carne doliente en un mundo del que ya nada espera, «porque el que nada espera no se desilusiona».

 

Cuarto Creciente

Maestro de nada ni nadie y admirador de muchos, con la generosidad que le caracteriza, Emilio Vega dedica una serie de poemas a un abundante número de amigos. Sin ningún tipo de disimulo, a corazón abierto, como sólo él sabe hacer las cosas, desgrana en sus versos la gratitud y admiración hacia aquellos que a lo largo de los años, lo han acompañado en el camino. Él, siempre alejado de inútiles envidias, reafirma su admiración hacia Azarías Dleyre, compañero de letras, espejo en el que se mira. R.H.A. siempre está presente, ella, la musa perenne en su obra. María de Miguel, su amiga, la eterna niña también profesa su estima. Ruy Vega, Edith Fernández, Manuel Blanco, José Luengo, y hasta yo misma, tenemos la fortuna de ser bañados con la prosa dulce de este poeta de lunas. Especial emoción habréis de sentir al leer El último adiós a esa madre que tristemente afirma: «se llevó con ella mi sonrisa y me dejó una sombra de nostalgia».

 

Luna Llena

Que la poesía es un arma, no es nada nuevo. Aquí, el arma viene cargada no de futuro, sino de realidad solidaria. Parafraseando al autor, están estos poemas compuestos por palabras enhebradas cada día en la aguja de la aurora, para coser conciencia en las almas dormidas. Emilio abandona su interior y recorre con su mirada el mundo que nos rodea, denunciando estos «tiempos raros, convulsamente oscuros». Alzando su voz, para reivindicar la paz y confesando que «sólo siete segundos deberían bastarnos para saber si un hombre es honesto y sincero». Desesperanzado, a la par que lo contrario, buscador de bondades en un mundo de sombras, siete segundos nos bastan para saber de la honestidad, de la sinceridad de sus poemas.

 

 

                                              Cuarto Menguante     

 

Eterno enamorado que no dejará de mirar nunca a la luna, derrama en estos últimos poemas la verdad de su vida, lo real de su esencia. El amor como un todo, como un centro, tatuaje indeleble en la piel del poeta. Él, que ha vivido en su nombre, que lo porta en los labios, ensalzador eterno de este sentimiento, asevera que: «Hoy, todos los caminos conducen a tu nombre: los recuerdos me hieren, la nostalgia me quema».

 

Que la vida es un vértigo y no una carrera, lo sabe muy bien el herido Emilio Vega.

Asomémonos, sin prisas, al vértigo de sus poemas.

 

 


 

 

                                                                        

 

 

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