Un tapete de ganchillo




Que un día tan señalado como hoy, día del libro, me entreguen un premio en el teatro de la villa más literaria de este maravilloso Bierzo, como es Villafranca del Bierzo, que ese premio sean unos espectaculares libros del ilustre Antonio Pereira, que guardaré como un tesoro, que trescientas palabras escritas con toda mi ilusión y cariño hayan convencido a todo un jurado, que... Que gracias siempre se queda corto, nunca será suficiente. 

Si de algo me sirven los premios, es para convencerme de que, a veces, soy capaz de escribir muy bien. Yo sólo quiero atrapar la belleza de las palabras, ser capaz de engarzarlas y que todo cobre sentido gracias a ellas. 


UN TAPETE DE GANCHILLO

Este invierno pareciera que nunca fuera a terminar. La Villa que me acoge es pequeña y al mismo tiempo altiva y señorial, pero también dada a la niebla y la melancolía. La Alameda es en sí un poema, dicen que en los días de niebla, como en el de hoy, en esos días en los que los contornos de los edificios, del parque, de la propia vida se difuminan, el eco de las pisadas de Gil y Carrasco aún puede oírse entre sus parterres. Quizás el poeta romántico se escape en la noche de la Iglesia de San Francisco y, amparado en la largas horas de oscuridad, aproveche para rememorar sus días de niño y para soñar con volver a ver descollar el viento.

Yo aún voy a remontarme más atrás, quiero ser más romántica que el poeta romántico y me imagino que entre la niebla atisbo esa blanca vaca que, cuenta la leyenda, salvó a los pastores de un temporal. Pero el sol termina por ganarle espacio a la oscuridad y el paisaje de la Villa regresa dibujado claramente.

Aprovecho este sol para caldear mi palpitar y me siento en un banco a leer algún cuento mágico de este noroeste del maestro Pereira, mientras, regresa a mí el verso de Mestre que nunca pudo estar más acertado cuando escribió aquello de que “la nostalgia es un pájaro que enciende su rumor en la noche”. Y en este día, que por un momento se hace noche en mi pensamiento, ese pájaro se inflama en mi pecho y su rumor se propala como el más voraz incendio.

Y aquí sentada, en esta Villafranca, las ausencias, pretéritas y presentes, abren agujeros transformando mi interior en un tapete de ganchillo que yo, no dejaré de tratar de tupir, no dejaré de elaborar.


 

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