Licaón

Aquí os dejo mi relato finalista en esta antología de relatos de terror. Encantada, como siempre, de formar parte de antologías interesantes.

 

 

LICAÓN

 

            ¡Qué desastre! Sé de sobra que no debería haberlo hecho, pero no he podido resistirme. Desde que aquel paciente llegó a mi consulta, desde que aquellos ojos de pupilas oscuras y enigmáticas se clavaron en los míos, supe, por mucho que quisiera no saberlo, que tarde o temprano estaría perdida. De poco me sirvió querer darle la espalda a esa sensación. De nada el pensar, en un primer momento, en renunciar a aquel caso. Por mucho que pensé en dejarlo, por mucho que tantas mañanas me levanté con el propósito de abandonar a aquel paciente, de traspasarlo a algún colega, de decir «no puedo llevarlo», sin dar ningún tipo de explicación, nada llevé a cabo, porque mi perdición estaba escrita, decidida o más bien, elegida libremente por mí.

            ¿Libremente? ¿Qué libertad cabe cuando uno se siente bajo el influjo de un embrujo irrenunciable? Licaón ha sido ese influjo, y sus oscuros ojos, ese embrujo que me ha hecho perder la razón. Yo, que de razón me he creído llena. Yo, que he luchado siempre contra todo lo contrario, contra la sinrazón del pensamiento de todos los pacientes que he tratado. Yo, la misma que ahora ha terminado engullida por lo inevitable, por la falta de cordura, porque lo reconozco, estoy loca, me he vuelto completamente loca.

            Todo comenzó o, mejor dicho, se precipitó, hace como un mes, porque comenzar, había comenzado ya hace un par de meses, cuando Licaón llegó a mi consulta. Una simple mirada me bastó para intuir que aquel hombre no sería un paciente más. Tan curioso como su nombre, tan atractivo como su mirada, tan irresistible como su historia. Nunca me había enfrentado a un caso similar, aún ahora, que cojo su expediente con temblorosas manos, leo claramente lo que en su día anoté como portada: «Licantropía clínica», dentro, una foto de Licaón, con su cabellera negra y brillante, sus ojos mirando intensamente a la cámara, sus labios esbozando una ligera sonrisa. Tengo que deshacerme de este expediente, voy a hacerlo desaparecer, porque esta noche será el final y el principio.

            Nunca me había enfrentado a un caso igual. Él decía estar convencido de que era un hombre lobo. Convencido de que, en las noches de luna llena, se despojaba de su apariencia humana, para adoptar la de ese salvaje cánido. Aparte, de nuestras recurrentes charlas, un par de veces a la semana, comencé a tratarle con neurolépticos, creyendo mantener así a raya, sus ideas delirantes. El deseo anidó en mí desde el primer momento. Desde que llegó a mi consulta, desde que desembarcó en mi vida, esta se transformó en una mera sucesión de horas en el reloj, una mera espera para verle, para escucharle. Todo pasó a un segundo plano, desatendí a todos mis pacientes, dejando solo espacio para él, solo oídos para él, solo ganas para él. ¿Cómo poder describir el deseo? Es como si un huracán hubiera llegado a mi vida, todo giraba dentro del mismo, giraba y giraba sobre un centro que era él. Yo misma era un derviche, girando y girando, no sobre mí misma, sino alrededor de él. Giraba de día con mis pensamientos, giraba de noche con mis sueños. Me llenó por entero, me acaparó por entero.

            No era normal, de sobra sé que no era normal. La relación de doctora paciente, se tornó en otra cosa, y alcanzó el punto álgido la tarde de hace casi un mes. Al despedirnos, una vez finalizada nuestra charla de rigor. Fue como siempre, una conversación llena de extraños y desasosegantes pensamientos, que después de casi dos meses, la medicación no parecía aplacar. Comenzaba a dudar que estuviera tomando lo que le había recetado, aunque él siempre me porfiaba lo contrario. Al marchar, nos dimos un formal apretón de manos porque, aunque dentro de mí nada fuera igual, aunque mi vida no hubiera vuelto a ser igual, a sus ojos, nunca nada exterioricé, ya que el deseo iba a la par que el miedo. ¿Miedo a qué? A lo desconocido, tal vez, quizás, a lo mejor, seguramente, a la verdad. Aquel apretón de manos fue diferente, Licaón me atrajo hacia sí y comenzó a olerme, sí, a olerme. Me olisqueó la mejilla, los labios, el pelo, mi oreja, bajó por mi cuello, y retiró la ropa para poder oler uno de mis hombros. Mi hombro derecho, ahí se demoró, besándome de forma contundente. Juro que para mí fue un beso, un beso que me hizo cerrar los ojos y estremecerme por entero. No fui capaz de apartarme, no pude resistirme, por otra parte, deseaba aquel beso, llevaba tiempo anhelando aquel beso y no solo eso, sino muchas más cosas. Creí era un beso. Cuando abandonó mi despacho, puse suavemente mi mano ahí donde había sido besada, sintiendo aún la humedad de su saliva, lo que yo creía era su saliva y que no era más que sangre. Sangre… la sangre que manaba de un mordisco. Un mordisco grande, una circunferencia hecha a trazos rojos como un corazón, calientes y palpitantes.

            Fue la última vez que vi a mi paciente, la última vez que tuve contacto con Licaón. Desde entonces, los días se han sucedido y con ellos los sueños. En ellos, corro por bosques interminables envueltos en niebla, pero la luz de la luna me guía, nos guía, porque no estoy sola, otro cuerpo corre a mi lado, ambos corremos, pero ambos nos hemos despojado de nuestra forma bípeda para correr, ambos somos cuadrúpedos y sobre esas cuatro patas corremos, saltamos, caminamos por el bosque, nos revolcamos por el bosque. Son solo sueños, sueños que no consigo me abandonen. Hoy, al despertarme, había algo en mi cama, algo que ha venido conmigo del sueño. Mi cama de sábanas blancas, estaba totalmente embarrada y húmeda, llena toda ella de pelo, unos pelos cortos, fuertes, grises y negros. Temo, tanto como deseo, volver a dormirme. Sé que esta noche algo va a pasar, sé que él me espera, puedo olerlo, escuchar su aullido ahí afuera. El mordisco ha ido curando, pero sigue latiendo en mi hombro, es su marca, estoy marcada. Soy suya, he sido suya desde el primer momento.

            Introduzco el expediente de Licaón en la destructora de papel. La noche está cayendo ya sobre la ciudad, la noche me espera, la luna llena brilla en el cielo, corro, corro hacia el monte, hacia ese aullido que me llama, que me urge a ir, que…

 

 

 

           


Comentarios

Entradas populares