Memoria escrita

 Me publican en la revista literia de Pontevedra «Contrastes», este relato, al cual le tengo un cariño enorme, así que muy contenta por su publicación.

 



MEMORIA ESCRITA

 

De aquellos días recuerdo la lluvia golpeando contra los cristales, el sonido del viento como un silbido constante que alentaba aquel repiqueteo del agua que sin piedad terminaba estrellándose contra las ventanas, como llamando a ellas sin descanso para tratar de entrar salvajemente dentro de la casa. De aquellos días también me ha quedado el recuerdo de él, de sus manos, de sus besos, de su abrazo y mirada.

Aquel invierno hubo momentos en los que pensé que terminaría por transformarme en uno de mis personajes favoritos, creí que llegaría a ser Dorothy, transportada dentro del tornado hasta alcanzar la tierra de la fantasía. Más que botas de agua precisaría entonces mis zapatos púrpuras para adentrarme en el camino de baldosas amarillas. Él no sería Espantapájaros, no sería Hombre de Hojalata ni tan siquiera un Cobarde León, pero era el Mago que en aquellos días transformaba el invierno, el invierno que en mí habitaba, en verde y exuberante primavera.

Son recuerdos húmedos por la lluvia, recuerdos impregnados de verde oscuro, del gris embravecido del mar bajo la tempestad y del implacable aire que se empecinaba en descolocarnos el pelo, la ropa y hasta la vida. Buscando metáforas en las cuales resguardarme o quedarme con parte de todo aquello, pienso en una gran caracola de brillante nácar, en su forma espirilada, como el tornado. Dentro de ese molusco guardaría la sensación de cobijo que yo sentía detrás de las ventanas, guardaría el sonido de la lluvia, el rugido del mar, el sabor de los besos, junto con las caricias que se originaban dentro de un coche, y cada vez que aplicara mi oído a su apertura, volverían de nuevo a mí todas esas sensaciones agradables, volvería a mí aquel invierno lleno de lluvia, lleno de aire, lleno de besos y caricias. Sería ésta una caracola-memoria para, oyendo, recordar.

A veces me gustaría escribir, ser capaz de manejar las palabras, saber nadar entre los diccionarios eligiendo las correctas, las precisas, las exactas, para así transformar todo aquello en una figura de origami, en un papel lleno de memoria escrita que yo doblara de la forma precisa, de la forma correcta, hasta darle la forma deseada. Así elaboraría una elegante garza en papel azul que moviendo sus alas se elevara al cielo, llevando escrito en ella todo lo que yo sentía, todo lo que yo recuerdo.

Vamos dejando trozos de vida atrás, según avanzamos vamos perdiendo capas de piel y éstas ondean en el pasado como banderas amarradas al mástil de los recuerdos. En los días en los que la nostalgia regresa a mi mente, las banderas se agitan sin descanso, algunas con tanta fuerza que temo pudieran terminar rasgándose para así hacer del recuerdo algo incompleto, algo incierto, algo ya difuminado, como siempre, por el tiempo.

Levanto mis ojos hacia la ventana, la misma que hoy multiplica el calor de los rayos de sol y en el ayer, en el hace apenas nada, retenía sobre su superficie la violencia del agua. Ahí fuera no hay nada y existe un todo, pero ahora, solo un fundido en negro que es lo que dura mi parpadeo, y dentro de ese parpadeo, dentro de ese momento sólo esta él, vuelve a estar él, mirándome y sonriendo. Y yo vuelvo a sentirme como antaño, vuelvo a creer que hay miradas que hacen que el mundo se detenga, a creer que hay ojos en los que uno puede abandonarse, a los que uno puede y debe entregarse. Si algo mío queda en él, supongo que se hallará dentro de aquellas oscuras pupilas con iridiscencias verdes y doradas. No sé si en algún momento fue consciente de la rendición innegociable a la que sus ojos me abocaban, de que él era la única luz, de que en aquellos días de lluvia, cuando todo a mi alrededor se anegaba, entre sus brazos encontraba una ínsula de tierra caldeada en la que poder abrazarme y refugiarme. En aquel abrazo podía sentir que por fin había llegado a uno de tantos lugares soñados, en aquel abrazo me hacía sentir que nada podría atraparme, que nada podría dañarme, ni la lluvia, ni el invierno. Tenían aquellos brazos el poder de la transmutación, dentro de ellos el gris se transformaba en azul y la duda dejaba de serlo para asentarse en la certeza.

Veo ya el paisaje calmo a través de la ventana, contemplo en esta mañana de verano el verde, que como un útero protector me rodea, el azul intenso contra el que se recorta y a poco que me asomara a esa ventana podría encontrarme con el mar teñido de este verdiazul. Debería bajar a la playa a buscar esa caracola, debería ponerme a escribir sobre un papel azul, debería, pero sólo un pensamiento nítido se eleva por encima del de la lluvia y el viento, recuerdo en este momento lo que en mi memoria persiste: una mirada, un abrazo, su mirada, su abrazo. Y hasta resulta bonito creer que más allá de nuestra vida, seguimos viviendo en aquellos que un día nos contemplaron con intensidad, en aquellos a los que un día amamos sin esperanza, como fantasmas incorpóreos habitantes de la lluvia, de los rayos de sol, de las canciones, de las noches de luna brillante, de los poemas, de los inviernos.

 

 

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